Los Escritores Tardíos

La liga de los novelistas tardíos

Pasada la edad de jubilación, aún queda tiempo para debutar en la novela. Solo en el último año, tres escritores se han estrenado en el género: el traductor Hillal Halkin, de setenta y siete años; Darío Fo, de ochenta y ocho; y Edgar Feuchtwanger, de noventa.


ALBERTO GORDO | 26/12/2014 

Hillel Halkin, Darío Fo y Edgar Feuchtwanger.

Los escritores tardíos. Se trata de un tipo común, tan antiguo como la historia de la literatura. Dicen que hasta Heródoto fue un autor, en este caso un historiador, tardío. Como MontaigneChandlerSvevoSaramago o Henry Roth. Ya en edad de jubilarse, escribieron novela por primera vez Mary Wesley, con setenta; Harriet Doerr, con setenta y cuatro; Frank McCourt, con sesenta y seis; o, en España, Alberto Méndez, con sesenta y cuatro. Forman una especie de historia paralela de las letras: la de aquellos que escribieron a contrarreloj. La de aquellos que integró, ya en tiempos recientes, Sam Savage, que con sesenta y siete años creó a Firmin (Seix Barral, 2007), aquel roedor que se alimentaba de literatura, que crecía y se enriquecía con los libros, devorándolos como quien devora lo que más ama, hasta convertirse en una fiera literaria que se atrevía a cuestionar a los grandes genios. En España, tenemos el ejemplo reciente de Manuel Gutiérrez Aragón, que publicó su primera novela, La vida antes de marzo (Anagrama, 2009), a los sesenta y siete años, y además se hizo con el Premio Herralde. .


En el último año han coincidido al menos tres estrenos novelescos de autores en edad de jubilación. El más joven de ellos nació en 1939 y su nombre es Hillel Halkin. Su primera novela, ¡Melisande! ¿Que son los sueños?(Libros del Asteroide), tiene un origen lejano. Un mañana, en la década de los ochenta, la esposa de Halkin amenazó con irse de casa. No se fue, pero a Halkin aquello le hizo reflexionar. Como un balance de vida surgió esta historia acerca de un triángulo amoroso que el autor no escribiría hasta treinta años después.La novela nos traslada al Nueva York de los años cincuenta a través de los recuerdos de Hoo, un profesor de Filosofía que, en la madurez, recuerda su relación con dos mujeres, Ricky y Mellie -esta última, la Melisande del título-, lo que le sirve, también, para hacer un retrato de aquella sociedad temblorosa, previa al estallido de los sesenta, que conformó a toda una generación de jóvenes americanos.


El segundo -por edad- sería Darío Fo. El italiano ganó el Premio Nobel de Literatura por sus textos teatrales en 1997, tiene ochenta y ocho años, pero hasta ahora no se había estrenado en la novela. El libro está dedicado a su mujer, que murió en mayo. En Lucrecia Borgia, la hija del Papa (Siruela, 2014), el dramaturgo trata de rehabilitar la figura de la hija de Alejandro VI, quien pasara a la historia como el más corrupto de los pontífices. "La víctima llamada una y otra vez a ser inmolada, desde su misma infancia, es sin duda alguna Lucrecia", escribe Fo en el preámbulo, refiriéndose a la impúdica carencia de higiene moral de cuantos la rodeaban. Según el escritor, Lucrecia cayó, por ciertas deformaciones históricas, "en el cliché de dama disoluta e incestuosa". Fo ha buceado en archivos con el fin reconstruir su otra cara: la de una mujer valiente y comprometida cuya existencia, sin embargo, no escapa a cierta volubilidad: tuvo tres maridos -a uno se lo asesinaron-, un hijo ilegítimo y, entretanto, sacó tiempo para amar, en secreto, al gran poeta Pietro Bembo. En una entrevista concedida a El Mundo, Darío Fo aseguró que Lucrecia "no fue una santa, pero fue una mujer de enorme valentía y fuerza. Una mujer que demostró, incluso en la vida común, un inmenso coraje".


"Hoy estoy firmemente convencido de que en general es en la juventud cuando aparece en el hombre lo esencial de su pensamiento creativo". Lo dijo Adolf Hitler en Mein Kampf y es la cita que abre Hitler, mi vecino. Recuerdos de un niño judío (Anagrama, 2014), escrito por el más anciano de todos estos ancianos debutantes. Su nombre es Edgar Feuchtwanger, tiene noventa años y, durante un tiempo, allá en la década de los veinte, fue vecino del Führer. Así que lo que ha escrito en colaboración con el periodista Bertil Scali no es, en puridad, una novela, sino un libro de recuerdos: él es ese niño de cinco años, sobrino del célebre escritor judío Lion Feuchtwanger, que, desde su casa de Munich ve, al otro lado de la calle, a un hombre con un curioso bigote al que todos saludan con el brazo en alto. A diario, el pequeño Edgar veía ir y venir, entrar y salir de casa a quien, con el paso de los años, aterrorizaría a Europa. Hitler, mi vecino, siendo una obra de senectud, es una crónica a través de los ojos de un niño que, entonces, ignoraba qué clase de hombre tenía delante.
 


Fuente: El Cultural (España) 

LECTURAS VAIRAS.